Y mis días fluyen en "Nubarrones Malva"
(Relato)
Transcurre el mes de noviembre del año 1996. Es una noche gris y muy fría.
Se ha pasado gran parte del día entre
chubascos y tronados. No es este día en
particular lo que me hace sentir tan triste. Ya mi tristeza se ha posado y
ha hecho nido en mi pecho. Con todo,
nunca imaginé que aquella noche tendría el final que tuvo.
Fluye apacible
el autobús por la mojada cuidad. Cuando se detiene a dejar a algún pasajero, miro través del cristal y
me quedo fija en cómo el peso de las hojas expresaban la carga de humedad de
los árboles.
Ya me acerco a mi parada. Allí me espera mi
esposo, como siempre. Me despido de las
compañeras; me desmonto, no sin antes hacer el gesto de adiós con las manos a
mi amiga Nidia. -Adiós, hasta mañana-
Miro a todos lados, pero Alberto no está allí. -Seguro
viene llegando- Me dije- Pasan unos 10 minutos y Yo allí, en aquella semioscuridad, ya casi vacías de almas la calles.
Cruza un tipo fumando, tan cerca
de mí que siento que me golpea su funesto aliento. Eso me atemoriza mucho, por
lo que decidí no quedarme ahí parada e ir al encuentro de Alberto. Cruzo la
calle y me quedo mirando fijo, a lo lejos a ver si quien viene allá, es Él. -No, pero ya
seguro viene- me digo sin dejar de caminar. A un lado de la calle me encuentro con un
camión varado y en la acera unas ramas que intuyo cayeron con la brisa de las
lluvias. Esto me obliga a cruzar hacia
la otra acera. Sigo caminando, mirando siempre hacia el frente porque mi hombre
viene a mi encuentro.
-¡Dios! Ya voy llegando a la casa y Alberto no
aparece. Seguro se quedo dormido. Sí, Tal vez estaba muy cansado del trabajo y
la universidad-
Llego a la casa y veo a Claudia, (la muchacha que nos
ayudaba en la casa y que en ocasiones se quedaba a dormir varios días de la semana) con
la bebé en brazos, se acababa de dormir. Que bella mi Bebé. Otro día en que
vengo y no la puedo acariciar, ni le puedo cantar yo para dormirla. -Y Albertico?
Ella me hace el gesto de que el niño estaba en su cama ya durmiendo y que
hiciera silencio que se está por despertar la beba. : -¿Y Alberto, se durmió
también? A lo que ella me responde en su voz más baja: -El Don salió a
buscarte. ¿No lo viste? No -respondí- ¿Y
por donde se fue? Yo vengo todo el camino mirando a ver si lo veo, y nada-
Salgo de la casa, rapidísimo. Voy corriendo a su
encuentro y allá viene. -Ah qué locura ¿Cómo no nos vimos?- Me detengo en medio
de la calle a esperarlo. Sí, ahí venía él, no le puedo ver su rostro por el
contraluz que proporcionaba el único poste que funcionaba en todo el rededor.
Yo, muy sonreída, lo espero. Mejor me dispongo a
alcanzarlo, con mis brazos abiertos y me encuentro con los suyos, pero para
retirarme, violentamente de su vera.
-Pero mi amor ¿Qué pasó? A lo que él responde ahí
mismo en medio de la calle: -Dime dónde diablos tú estabas! -Su enojo era
visible. Le brillaban los ojos, apretaba los puños. Y yo sólo le pedía al cielo
que no siguiera vociferando en la calle.
Se oyó, a lo lejos, un carro que aceleraba y emprendía
la marcha. -Ah, ¿era ahí que venías de cogerte con tu amante? Porque no me
dirás que tú estabas trabajando. Yo vengo caminando por el mismo camino de
todas las malditas noches y por supuesto que no nos íbamos a encontrar. Era con
el tipo de carro, eh? Te cogió bien? Dime coño, dime.
Me apresuro a llegar a la casa para que no todos en el
vecindario oigan el escándalo en la calle. Corro, escapo de su estruendosa voz.
Intento desaparecer, pero él me detiene, me aprieta fuerte, muy fuerte en el
brazo izquierdo. Tan fuerte que siento sus nudillos en mis huesos. -Por favor,
Dios mio, por favor, Señor...
Es una noche tan fría, tan silenciosa y tan triste
que se podía palpar mientras el cielo transcurría en "Nubarrones
Malva"
Marissabel Marte
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